lunes, 15 de julio de 2013

BARRANQUILLA: UNA HISTORIA NO CONTADA (¡solo para hombres!)

¡La Arenosa, Curramba, La Puerta de Oro de Colombia, Quilla la Bella, Perla de América, Ilusión del Caribe blanco azul!... Barranquilla, ciudad de puertas y brazos abiertos que siempre está dispuesta para acoger en su amoroso y placido seno a propios y extraños sin mirar su raza, condición, creencias u origen. ¡El mejor vividero del mundo!... Hecha de amor, alegría, trabajo, fiesta, ingenio y optimismo. De brisa, arena, río y mar. Con cielo azul, radiante sol e infinito horizonte. De noches estrelladas y luna clara… ¡El paraíso terrenal a orillas del mar Caribe!.
Hablar de Barranquilla es una tarea tan  maravillosa como descomunal… ¡Hay tanto que contar de esta grandiosa tierra!... Una ciudad que no fue fundada por “conquistadores” de dudosa reputación y oscura procedencia, sino que brotó así como las silvestres flores, del natural querer de campesinos y pescadores de vivir en hermandad y que se asentaron en ese punto privilegiado de encuentro del gran Río Magdalena y el azul Mar Caribe. Un pueblo que nace así tiene que ser risueño, encantador, mágico y sin igual.
Pionera de acontecimientos que son hitos en la historia de Colombia, como la aviación, el correo aéreo, el urbanismo, la radio, la prensa escrita, el fútbol, las empresas públicas, la telefonía, el ferrocarril, transporte público, el cine hablado, el beisbol, el primer almacén de cadena (El Ley) y tantas otras gestas que ahora se escapan de la mente. Entran, se aclimatan y desarrollan ritmos musicales como Charleston, Jazz, Blue, Foxtrot, Country, Merengue, Guaracha, Son cubano y la Salsa… ¡La gloriosa salsa!...  que aun se mantiene, por sobre el Vallenato y el horrible Reguetón,  y que desde inicios de los años 60 alegra estaderos, bares y cantinas de nuestra sin igual ciudad, sitios donde viví inolvidables momentos que serán el centro de esta crónica sencilla  llena de nostalgia.
En mis años mozos, joven pintoso y jaque, cuando descubría las tempraneras delicias del baile, el ron y las mujeres, en la época dorada de la salsa, de la salsa brava y no de esa salsa mileflua y gallega de la que se han hecho dueños los caleños, me aventuré por los sitios donde se refugiaban los mayores a satisfacer sus apetitos carnales. Incursioné primero en la zona rosa de la Ceiba en compañía de un cuasi cuñado mayor que yo, por bares y casas de citas como el Place Pigalle que después se llamó La Fuente y que era un bar cachetoso frecuentado por los ricachones y políticos poderosos de la ciudad; La Gardenia Azul que mi viejo amigo Miguel conocía como La Negra Eufemia y donde rematé tiempo después la celebración de mi matrimonio; La Charanga, cuyo tema era: “Emborráchese donde quiera, pero amanezca aquí”; también El Intimo, El Bohío y El Padrino entre otros.
Ya con la vergüenza y el temor vencidos, me arriesgué por otros sitios como La Casa Rosada (Cordialidad con Cra 18), La Casa Verde (Diag. 42 - que nace en la Cra 22 y termina en el Parque Almendra - con Cra 24 y 25 o sea Providencia e Independencia), y El Nigth Club (Murillo con La Ceiba o Cra. 22). Recuerdo con emoción El Veracruz, diagonal a La Casa Verde, la primera incursión en solitario donde levanté mi primera novia con derechos, (sobre ella, claro): Teresa. Una morena muy joven, bonita, de escultural figura y mejor persona, que dejaba plantados a sus clientes cuando yo hacía mi entrada triunfal al bar. Estaba entregado a ella en cuerpo y alma; pero esa juvenil pasión terminó abruptamente cuando ella enfermó y la internaron al Hospital General. Ese día llegué al bar y las amigas me contaron que se la habían llevado porque vomitó sangre después de un terrible dolor de estomago. El mundo se me vino encima y temí lo peor. Confieso que me asusté y no volví más por allá.
Entonces enrumbamos los  pasos por la Cra. 30, Calle de las Vacas o Avenida Boyacá.  En la esquina de Bocas de Ceniza quedaba El Boricua, donde las niñas de “la vida fácil” tenían por atuendo un minúsculo bikini y altos tacones que las hacían ver bastante bien para principiantes como nosotros; por allí cerca funcionaban El Xiomara, El Mogador, La Araña (Cll 31 con Cra 42),  El Patio I y El Patio II. Hacia La Paz (Cra 40) se encontraba El Terminal, frecuentado por los trabajadores del puerto y que abría sus puertas a las diez de la mañana, El Poker ( La Paz con Paseo Bolivar). Por la Cll. 32 (Del Comercio) con La Paz existía El Junior, donde el pipón Miguel un día se durmió con la boca abierta y para despertarlo se nos ocurrió meterle un pedazo de periódico encendido en la boca. Por la chanza nos echaron del bar. Más arriba se encontraban El Alférez (P. Bolivar entre Cra 43 y 44), Los Cristales (San Blas con Ricaurte o Cra 39) con música ranchera básicamente, La Gitana (Cra 39 entre Calles 35 y 36), Las 4 monedas sobre la Calle 36, El Orión (San Blas y La Paz), y El Machete (¡palo de nombrecito!... en la Calle 36 con Cra 38) que era de un señor de Armenia.
Aun ardientes las iniciales premuras carnales de la juventud, decidimos  cambiar nuestros sitios de reunión por los bares más salseros. Comenzamos a explorar por Murillo, al Escoci Bar, que después se conoció como El Playboy que en el fondo tenía una gigantesca cortina roja que separaba el bar de las habitaciones donde las muchachas dormían y trabajaban. Allí sin quererlo ni buscarlo, me levanté otra novia. Era una joven trigueña y  hermosa que se obnubiló con la pinta y fogosidad, propias de los adolescentes de 17 años como yo. Desde allí, me contó mi compadre Carlos mucho tiempo después, que él y el Mono Cesar en compañía de otros amigos de barrio se llevaban a las puticas borrachas en una carretilla, de las que usan en el mercado público para hacer acarreos, hacia las residencias La Imperial o La Cuna de Venus que quedaban casi en la esquina de La Paz con Las Flores (Cra 40 y Cll 39). Por toda esa zona también visitamos otros bares como El Dorado (La Paz con Sello Nacional), El Infierno (Progreso y Sello Nacional), La Mechuda (Murillo y Estudiantes), El Acuario (Las Flores y Cuartel), El Ring, El Boogalo, El Partenón, El Everest y El Girasol (todos en Caldas, entre Cuartel y Líbano). Para los que no recuerdan, Sello Nacional es la Calle 44, que la gente llamaba así porque en el cruce de esta calle con Líbano (Cra 45)  habían pintado el escudo nacional de Colombia.
Cuando queríamos impresionar o agasajar a un invitado proveniente de otros lares, lo llevábamos a María la O (Cll 68 con Cra 33) o donde La René (Cll 71 con Cra 36) que eran casas de citas de postín, lujosas y con un servicio especial. Las mujeres de allí eran escogidas por su excelente presentación, tanto, que con ocasión del matrimonio de una prima llevamos, de Maria la O, un par de muchachas como parejas, que se habían hecho amigas nuestras por las continuas visitas al sitio y particularmente a ellas. Eran unas coyitas bacanas y bonitas, todo unos “bollitos” que obviamente sobresalieron en la fiesta por su hermosura, elegancia y buen bailar. Creo que nadie se imaginó que eran unas muchachas libertinas y cascabianas. También era reconocida la casa de Elvira Jaramillo (La Care' Mulo) en la Calle 63 con Cra 21B.
Como si no bastara con este ajetreo, algunos Sábados y Domingos de precarnavales que se iniciaban desde Diciembre, nos engalanábamos para meternos en las verbenas. Recuerdo haber ido entre otras, sin exagerar a: Los Macheteros, Bocatos, La Fogata y Entre Palmeras en el barrio El Recreo; Bailando en un solo pie y La Pantera en Bostón; Polvorín y Una Noche de Acordeón en San José; El Bambú y La Gorra no se me cae en Olaya; La Puya Loca en Los Pinos; Trampa para Solteros en Palacio Plaza; Derroche Juvenil en Simón Bolivar; Cataño en Las Nieves; A Pleno Sol en La Unión, y otras más como La Torta, Calipso, La Cueva Fantástica, La Redonda, Maravillas, etc. ¡Tiempos inolvidables!
Cuando terminé bachillerato, a finales de los años 60 en el siempre recordado y glorioso Colegio de Barranquilla para Varones, me fui para Bucaramanga a estudiar Ingeniería en la UIS, por tanto solo venía en las vacaciones de Junio y Diciembre, tiempo que aprovechaba para incursionar en los estaderos, cantinas y bares. Ya entonces nos volvimos asiduos clientes de estaderos como  Las Vegas, La Isla Antillana y  La Caverna que funcionaban sobre la Cra 21 (Santander) entre Murillo y la calle 46B (Las Palmas). Era la época de la salsa brava!... y en esos sitios se tiraba pase duro!... Recuerdo bailarines como El Negro Ray, que ahora lo conocen con el apodo de Bollo e’yuca, El Santana y Sandro a quien nosotros en Villate llamábamos Pellejo, por lo flaco y maluco!, entre otros.
Por la Cra 22 (La Ceiba) y la Cll 42 (Obando) en la frontera de San José y Alfonso López se encontraba el Bronx Casino que más tarde se volvió un estadero de puros maricas  y emplumados. En Murillo con Juan XXIII (Cra 14) teníamos El Canana; La Gran Vía, en la Cordialidad con Juan XXIII; El Coreano en la Cra 18 con Cll 51; El Vendaval conocido después como La Deportiva del gran Néstor Angulo, (en Juan XXIII con Cll 63) donde los días de Carnaval eran bacanísimos!. Allí nos reuníamos una patota integrada por Javier (mi hermano), Alfonso, Evelio, Wilmer, Alvaro (Pajarito resentido), William (El Loro), Reynaldo (El Papi), Rafael, Emilio y otros que sus nombres tengo embolatados ahora como El Perro, El Patón, El Chicho, etc. Muy a menudo amenizaban esas reuniones bailarines reconocidos como Moises Angulo y su hermano El Puchungo, con quienes alternábamos en la pista salsera de Villate.
Otros muy reconocidos estaderos eran La 100 en la calle San Rafael (Cll 29B) y Providencia donde frecuentaba la elite de la música salsa en Barranquilla; por el barrio Simón Bolivar sobre la Clle 17 funcionaban varios estaderos, de los cuales el más reconocido era El Ipacaraí. Por la calle Jesús (Cll 37) entre Progreso y 20 de Julio funcionaba El Taboga donde no se ponía Vallenato ni por equivocación. Y otros muchos estaderos menos famosos como Apolo 8, Siboney, Rincón Tropical, etc. ¡Eran los tiempos en que no existía el Sida. En que éramos libres y felices. Cuando se podía estar en  cualquier metedero o andar por calle de Barranquilla sin temor a un atraco, paseo millonario o secuestro!... ¡Eran tiempos de paz, amor, fiesta  y alegría!
Por los años 80 comenzamos a formar otro grupo cuya afinidad nacía de la relación laboral en el fabuloso mundo de las ventas. El Cabezón, Chicharrón, El Zurdo, El Enano, El Loco Oliveros, El Negro Torres, La Rata Duran, el compadre Carlos y yo,  integramos ese Combo teso con quienes pasamos noches amenas y situaciones divertidas. Ya teníamos otra mentalidad, éramos hombres casados y solo visitábamos loa bares con la intención de escuchar buena música y ser bien atendidos por mujeres, y no por hombres como en El Hoyito. Éramos amigos con mucho respeto entre nosotros y por las demás personas que  se encontraban  en los sitios que visitábamos, tal vez por ello jamás tuvimos problemas de ningún tipo con nadie, y antes por el contrario nos miraban bien en todas partes, tanto, que varios otros personajes del mundo de las ventas de consumo masivo participaron en nuestras giras nocturnas con gran agrado y las muchachas que atendían en los bares ¡hacían cola para saludarnos! Para esa época los sitios que frecuentábamos tenían que ver con mucha salsa, uno que otro merengue y muy poquito vallenato. Recuerdo los bares El Bulerías y El Jet, en Jesús entre Progreso y 20 de Julio; La Bolsa y El Comercial en San Blas entre 20 de Julio y Cuartel; El Estambul en la Calle 36 entre Cras 43 y 44; El Colón y El 99 en Paseo Bolivar  entre La Paz y Progreso, más hacia la primera. De todos estos bares el de más gratos recuerdos es La Bolsa, donde sin exageración alguna había una espectacular colección de jóvenes caleñas, pereiranas y paisas, con un par de mulatonas de la Costa. Patricia, Julia, Carmen, Sandra, La Chamorro, la bellísima Nidia y muchas otras que escapan a mi memoria integraban el selecto grupo de muchachas que adornaban el bar. Indudablemente Nidia es una de las mujeres más bellas que he conocido, que sobresalía además por sus costosas vestimentas, exquisitos perfumes y que normalmente se sentaba el fondo del bar. El marido, el esposo según las otras muchachas, era un joven piloto de una reconocida línea de aviación comercial, que cuando llegaba a Barranquilla iba directamente del Aeropuerto a La Bolsa, donde se presentaba cargado de flores, chocolates y otros presentes para su bella mujer. Allí permanecía unas horas, gastaba varias rondas de trago a los presentes y después se la llevaba. En la fecha de cumpleaños de la joven llegaba al bar con un gigantesco y hermoso pudín o torta, varias botellas de buena champaña y las infaltables rosas rojas, para  celebrar la especial ocasión con las amigas y amigos de ambos, entre los que nos contábamos, y que en ese momento se encontraran allí. Había happy birthday, brindis con champaña, fotos, pudín, picadas, trago y salsa de la buena. Todo por cuenta del enamorado Piloto.
En el bar Colón conocí a Dionne, de quien el compadre Carlos decía que era “la única puta seria que había conocido y que no se revolcaba con cualquier pegoste”. Dionne era una mujer culta y refinada, que parecía fuera de lugar en ese bar. Le gustaba mucho la poesía, la literatura del siglo oro de España y la literatura Latinoamericana. En sus días libres en casa escuchaba música clásica y brillante. Además pintaba y escribía cuentos. Físicamente era una mujer alta, de hermosa figura, porte elegante que resaltaba con sus vestidos sastres de buen gusto, y por el uso de finos perfumes. En su tierra natal había estudiado Secretariado Ejecutivo y después Diseño de modas. Era una mujer que perfectamente podía adornar con creces el hogar de cualquier hombre de bien. Cierta noche le pregunté por qué estaba allí en ese sitio, cuando se notaba a simple vista que era una muchacha muy diferente, y ella me contestó: “Pertenezco a una acaudalada y reconocida familia de Medellin, pero me cansé de tanta falsedad, de tanta hipocresía y control… Aquí soy una mujer libre y feliz”. Ahora pienso que libre sí, pero feliz… no sé. Un día desapareció y nadie supo a donde se fue. Ojalá haya encontrado su verdadero rumbo.
En el bar El Comercial trabajaban, sin exageración, alrededor de 100 mujeres jóvenes provenientes de Antioquia y del eje cafetero, con una muy significativa representación de pereiranas. Claro que también encontrábamos, en minúsculo número, santandereanas y de las sabanas de Cordoba y Sucre. Sin lugar a dudas era el bar más grande de Barranquilla con un espectacular sistema de sonido e iluminación. Del Comercial tengo recuerdos agridulces por dos situaciones en particular que viví allí. La primera aún me causa risa cuando la recuerdo. En el grupo había un gran amigo que llamábamos “Elena” (El Enano, por su talla), que en una de esas visitas se levantó una muchachita y se sentó con ella en una mesa aparte del grupo, con una media de ron Medellin. El asunto era que la joven estaba preñada o pipona como decimos en la Región Caribe, y cuando le hicimos el comentario a Elena, él nos contestó: “Vea compadre, cuando uno compra una vaca preñada…¿De quién es el ternero?” Así que decidimos dejarlo con su vacilón, pero cuando salió a tirar pase solo, comenzamos a lanzarle pedacitos de hielo a la pista, y claro, cundo pisó uno de ellos se pegó una espaturrada del carajo, que ocasionó muchas carcajadas al grupo y a su preñada acompañante. El enano se molestó mucho, echó a la  muchacha y agarrando la media de Medellín se vino para nuestra mesa sin soltar una sola palabra. En la segunda situación llevamos con nosotros a un nuevo integrante de la fuerza de ventas de la empresa, que bautizamos “El Alemán” porque era un man alto, de ojos azules, bien plantado y ya madurongo; pero cuando estaba prendido le pegó una timbrada huevera a mi compadre Carlos, que enseguida me lo comentó y yo le respondí que no fuera tan hijueputa, porque el nuevo compañero me parecía un tipo serio. La vaina quedó ahí. Pero cuando ya la rumba llevaba unas horas El Alemán me pegó una descarada timbrada que casi me desarma el mandado. Me le emputé al carajo y lo eché de la mesa. El compadre Carlos pasó varios días cagado de la risa.
Por los lados de las Calles 70 a 74  desde la Cra 43 hacia arriba, se encontraban algunos bares y estaderos que eran sitios de reunión de gente de estratos medio alto en adelante. La Canequita, Hamburgo, Media Luna, Rico Melao, Juernes, Tropicana, La Terraza y Lusitania entre muchos otros, eran los más conocidos. En Juernes y Tropicana habían más de 40 mujeres en cada uno, pero tenían un grave problema en común, y era que allí los niños bien de la sociedad currambera metían vicio venteao en los baños. En el Hamburgo se amanecía al estilo de La Charanga, es decir, se podía beber toda la noche en otra parte hasta las dos de la mañana y ya medio chapeto se amanecía en el Hamburgo, sitio preferido de las putas de La Bolsa y otros bares del centro para rematar la jarana. El Lusitania era lejos el mejor bar de esos lados por tener las mujeres más hermosas, y obviamente como se reservaban el derecho de admisión, era muy difícil encontrar allí barbúles y coralibes. Rico Melao era un estadero chévere, con buena música, seguro, con buena atención y se podía esperar la salida del sol hasta las siete de la mañana sin ningún problema.
Por los años 90, en Barranquilla disminuyó considerablemente el número de bares. Muchos desaparecieron y por el contrario aumentaron los estaderos y los billares. Por el centro quedaron algunos de mala muerte y otros regulares como El Cafetal, en Cuartel entre Paseo Bolivar y San Blas, que era un bar atípico en la zona porque era frecuentado por antioqueños y la música era muy variada, pero era agradable porque se podía hablar. Aquí fue donde conocimos a las famosas hermanas Callejas, tres jóvenes antioqueñas sensacionales donde sobresalía Sandra que era la menor de las hermanas. Era una muchacha de 20 años, muy hermosa y de escultural cuerpo, todo un portento de mujer que no tenía nada que envidiar a una reina de belleza. Las otras eran la bella Mona, a la que le decíamos la “Mata Viejo” porque sólo atendía a hombres de la tercera edad… “los que sueltan el buen billete”… como ella decía, y la mayor era Marlene “La Vieja”, a pesar de sus escasos 25 años. Estas hermanas después anduvieron por varios bares más en la medida en que se volvían más apreciadas. Para esa época se establecieron en San Blas entre Cuartel y Líbano, El Túnel del Amor, nombre bastante sugestivo, y Las Estrellas que permanecieron hasta finales de los 90. Como para no perder la costumbre nos íbamos para allá los Sábados en la noche. En esos bares encontrábamos viejos y viejas conocidas de bares ya desaparecidos, que mantenían su rutina de los fines de semana. Eran reuniones de amigos, que no sentíamos nostalgia  por las pasadas faenas sexuales porque la silenciosa y tenebrosa sombra del Sida envolvía el ambiente rumbero de los puteaderos de la ciudad. Ese temor terrible acabó, prácticamente, con los bares y casas de citas en Barranquilla.
Cuando íbamos a Las Estrellas o al Túnel a tomarnos unos tragos, siempre aparecía un viejo conocido del viejo Carlos, un raterito, flaco y pequeño al que llamaban El Birulo que se sentaba, ponía la canal y cuando nos íbamos mi compadre siempre lo cuadraba con cinco o diez mil barritas. En cierta ocasión, cundo ya estábamos en la segunda media de Antioqueño, El Birulo se presentó y cuando se iba a sentar le pregunté al compadre cual era el cuento con ese carajito. El mismo Birulo me respondió que él siempre protegía al viejo Carlos cundo estaba bebiendo en algún bar del centro. Ahí fue cuando se me salió la piedra, lo agarré del cuello, lo levanté y le dije: “¡Mira cara’e verga, tú lo que eres es una rata viciosa y extorsionista que tienes asustado a este man, pero conmigo te jodes maricón; así que arranca... y cuidado con una vaina con esta pinta, porque te pego una palera!”. Santo remedio, El Birulo dejó de ponerle la canal y de quitarle el billete a mi compadre Carlos, quien me dijo: “¡Nojoda compadre, Usted es arrestao, mire que ese tipo es maloso!”… “¡Eche, que maloso ni qué carajo, Usted era el que estaba jodido, parecía marica dándole plata a ese mojón!”
Después de esta etapa nos dedicamos a jugar billar. Conocí algunos como El Clásico, La Bolsa, El Comercial, El Paris, Los Nevados, La Academia, La Bola Roja, El Colón, La 44, Las Palmas, El Maracaná, Billares La 93 y ultimamente el El Congo de Oro. Para variar, después de dos horas de billar rematábamos en unos pequeños pero agradables estaderos de Progreso entre Murillo y Sello Nacional (Calles 45 y 44), como Años 60, Camino Viejo, Antaño y otros. Sitios con buen aire, Whisky bueno y económico, excelente atención con jóvenes muchachas bien presentadas que no son putas en el estricto sentido de la palabra, ya que algunas son universitarias que camellan allí para poder pagar sus estudios… ¡De ahí para allá no se más!
Para terminar, recuerdo una de las últimas anécdotas vividas en uno de estos estaderos. Fue un Sábado cuando nos deleitábamos con un litro de buen Old Par, escuchábamos música y me ponía al tanto de las vainas que solo pasan en mi amada Barranquilla, y que desde aquí en Bogotá es difícil conocer, entraron como siete tipos jóvenes, grandotes, musculosos, buena percha, con cara de pocos amigos y se sentaron como a tres mesas de nosotros. Bajo el efecto de la segunda pipona de ron Medellín algunos de ellos salieron a bailar con unas muchachas de otra mesa y fue cuando al compadre Carlos se le dio por ir al baño. Cuando pasó cerca a uno de esos cancamanes, de manera accidental le tocó la nalga a uno de los que bailaba y el tipo se volvió hacia él, le puso las manos en los hombros y acercándole la cara le dijo bajito a la oreja: “¿Ay papi, como adivinaste?”… y le dio un beso en la mejilla. El viejo Carlos, sorprendido,  levantó los brazos y me gritó: “¡Ñeeerda compadre, se jodió la rumba… vámonos de aquí, porque esta vaina está llena de cagá!”

Jayne El Villatero