“…
Juramos vencer, y venceremos”. (Timochenko)
En una vergonzosa alocución televisiva
el presidente Santos oficializó el acuerdo suscrito con la guerrilla de las
Farc para iniciar diálogos que
conducirían a la firma de la paz. Acuerdo ampliamente conocido, y que se venía
gestando a espaldas de los Colombianos desde el año anterior con la ayuda del
presidente venezolano y la dictadura cubana.
Durante los dos
primeros años del gobierno Santista se negó cualquier acercamiento con la
narcoguerrilla, y se aseguraba que jamás se claudicaría en la lucha contra
estos delincuentes y mucho menos se llegaría a una mesa de negociación sin el
previo cumplimiento de algunas exigencias básicas, tales como: 1) Cese de
hostilidades y desmovilización. 2) Dejación
y entrega de las armas. 3) Suspensión del tráfico de drogas ilícitas. 3)
Cese del secuestro y esclavitud de niños por medio del reclutamiento. 4)
Suspensión del secuestro extorsivo, y 5) Suspensión de ataques terroristas
contra la infraestructura económica del país. Estas exigencias fueron borradas
de un manotazo con el infame Marco para la Paz, impulsado por el gobierno y
aprobado por un Congreso corrupto hambriento de dádivas y concesiones
irregulares, donde se ofrece a las Farc sin costo alguno, impunidad total por
todos sus crímenes pasados, presentes y futuros y sin una mínima exigencia de
reparación a las miles de víctimas de su antisocial accionar, cosa que si se le
exige a los paramilitares desmovilizados.
El Sr Santos en vista
de la vertiginosa caída de su imagen por su proverbial ineptitud e inoperancia,
decidió dar un salto al abismo de los diálogos con las Farc, en un desesperado
intento por recomponer su deteriorado prestigio y poder así optar a la
reelección, y por qué no, a una posible nominación al Nobel de paz que se
decide en Oslo, donde casualmente se iniciarán los diálogos… ¡Pura
coincidencia!
Después de la errática,
timorata y desvertebrada alocución presidencial donde nos anunciaba la
claudicación y la entrega de la nación a los narcoterroristas, tuvimos la
ocasión de ver y escuchar a Timochenko, el presunto líder de la guerrilla, con
un discurso de los años 60 matizado con una jerga menos caduca. Habló con la
seguridad que le da el saberse vencedor, sosteniendo con vehemencia que jamás
cesarían en su lucha por la reivindicación del pueblo; que no pararían sus
ataques y hostilidades contra las fuerzas militares, ni los atentados
terroristas contra poblaciones y la infraestructura económica del país; tampoco
dejarían el secuestro extorsivo, ni el de menores de edad para insertarlo a sus
fuerzas y mucho menos el tráfico de drogas fuente de su financiación. Sostuvo
que se sentarán a dialogar convidados y protegidos por sus perseguidores en
igualdad de condiciones hasta lograr las transformaciones, sociales, políticas
y económicas necesarias para lograr el equilibrio y la igualdad entre los
colombianos, lo que necesariamente se debe materializar en un acuerdo de paz.
Esta posición de las
Farc no es nueva. Recordemos que en el oscuro gobierno del gris, raro y débil
Pastrana Arango, el gobierno cedió entregando el Caguán como “zona de
distensión” a la guerrilla, quienes continuaron con los asesinatos, secuestros,
extorsiones y atentados, mientras sus negociadores se burlaban del presidente
Pastrana y de todo el país, rodeados de drogas, whisky y mujeres. Fue el
repudio nacional y los desafueros de estos bandoleros lo que hizo que el
Presidente, en un ataque de dignidad, dejara de hacer el ridículo y levantara la mesa de negociación,
dejando como nefasta consecuencia de esa torpe aventura, a unas Farc
fortalecida. Fue un período aciago para Colombia por el incremento exponencial
de las acciones criminales de la guerrilla, hasta el punto que la gran mayoría
de naciones democráticas del mundo los declararon como Narcoterroristas
internacionales.
Por allá en los años
80, Carlos Lozano en un escrito suyo definió los acuerdos y procesos de paz
como una estrategia política necesaria para la renovación y fortalecimiento de
la insurgencia y no como un camino a la rendición o cese de sus actividades
revolucionarias. O sea este es un cuento viejo como el del gallo capón.
El Sr Santos defiende
esta absurda decisión suya con el argumento de que el 70% de los Colombianos
quieren la paz. ¡Eso es falso Sr. Santos, no es el 70% sino el 100% los que
queremos vivir en paz!... Por qué no dice que la inmensa mayoría del pueblo no
está de acuerdo en que Usted entregue 45 millones de habitantes en manos de una
ínfima minoría de 12 mil delincuentes (unos cuantos más o unos cuantos menos).
Tampoco reconoce que se está arrodillando a nuestras Fuerzas Militares ante un
minúsculo grupo de terroristas que no poseen ni el 10% de la capacidad militar
de nuestro ejército. Este doblez de rodilla lo refrenda el General Navas cuando
salió en respaldo del gobierno y reconoció a las Farc como adversario político
y militar, dándole de paso legitimidad,
bajo el aplauso de los mamertos internacionales.
El Presidente muy
hábilmente confunde a los “honorables” Congresistas, quienes no se han dado por
enterados que su función legislativa
será remplazada por la mesa de diálogos que sesionará en La Habana, integrada
por criminales narcoterroristas, desprestigiados políticos, militares vendidos
y funcionarios sin peso de un fracasado gobierno, cuyo fin último es lograr un
acuerdo de paz definitivo con la guerrilla insurgente sin importar el costo ni
el daño que se le ocasione a la Nación. A todas estas los Congresistas no
emiten ni un rebuzno porque tienen la boca llena de mermelada tropical
burocrática y económica. ¡Pobres, ellos no tienen la culpa de su triste condición!
Es inaudito y
reprochable que un gobernante elegido democráticamente y validado por más de 9
millones de votos, se iguale a un grupo de terroristas repudiados por la
inmensa mayoría del pueblo colombiano, sentándose a dialogar con
acompañamiento de personajes de baja calaña, despóticos, dictadores y nefastos
como los hermanos Castro y el Comandante, Coronel, camarada y paracaidista Hugo
Chávez.
Finalmente el Sr.
Santos manifestó que el “segundo tiempo” de su gobierno será pletórico de
acciones que convertirán a Colombia en un país desarrollado, con equidad social
y participación de todos los sectores sociales, políticos y económicos en la
toma de decisiones gubernamentales bajo el manto protector de la paz que se
firmará con los ángeles de las Farc. El desempleo y la delincuencia bajan; la
industria, el comercio, el sector financiero y en general la economía se
fortalece; hay vivienda, salud y educación para todos; los sectores agrícola,
minero y energético se consolidan; se superaron los estragos producidos por el
invierno. ¡Todo está bien… y ahora tendremos paz!... ¡Qué maravilla!
Nos merecemos este
Presidente, también esta y la futura situación… por ingenuos y pendejos!!!
Jayne El Villatero.
P.D: ¿Bobos, ilusos o
vivos los cabecillas de las Farc al nombrar a Simón Trinidad como vocero y
negociador?